Voy y vengo. Es un momento disperso. Intento conservar un hilo de unión con mi trabajo. Dibujo algo y cuando estoy aquí en el estudio, voy pintando unos papeles. En algún momento volveré a la rutina de trabajo. En Altomira, el ambiente es radicalmente diferente. Hago pequeños dibujos que pueden servirme, alguno de ellos, como punto de partida para trabajar. La temperatura baja mucho y no existe la protección que en Madrid te dan los edificios. A campo abierto y estando al pie de una sierra, el frío es intenso. Aún así intento salir a caminar si es posible. Es el reino de los corzos, los jabalies, los zorros, las águilas , las garduñas…también los gatos , que allí son los dueños de las callejuelas del pueblo. Los perros viven encerrados en sus corrales por orden municipal. Por la calle han de ir con correa y de la mano de sus dueños. A veces huele a leña quemada que viene de alguna casa, que aún no tiene otro sistema de calefacción que no sea la lumbre. No escucho música allí. Escucho, y sigo, las horas del reloj de la iglesia. Los domingos tocan a misa y alguna vez las he escuchado llamar a difuntos, para misa o responso antes de un entierro. Quedan unas pocas familias viviendo allí. Los fines de semana llega gente desde Madrid, hijos y nietos y la tranquilidad queda interrumpida por ellos. Llenan el único bar y desde lejos se oye el griterío, tan español, de unos y otros a la hora de la cerveza. Por supuesto los zorros no se acercan por las noches, como hacen habitualmente. Las voces , la vibración y supongo que hasta el olor, les ahuyenta.
Algunos amigos se están muriendo. Implacable cáncer. No sé qué ocurre en su interior sabiendo que queda poco de esta droga que es la vida, a la que somos tan adictos. Siempre vuelve el viejo enigma. la falta de respuesta. La fragilidad. El miedo...
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Voy y vengo. Es un momento disperso. Intento conservar un hilo de unión con mi trabajo. Dibujo algo y cuando estoy aquí en el estudio, voy pintando unos papeles. En algún momento volveré a la rutina de trabajo. En Altomira, el ambiente es radicalmente diferente. Hago pequeños dibujos que pueden servirme, alguno de ellos, como punto de partida para trabajar. La temperatura baja mucho y no existe la protección que en Madrid te dan los edificios. A campo abierto y estando al pie de una sierra, el frío es intenso. Aún así intento salir a caminar si es posible. Es el reino de los corzos, los jabalies, los zorros, las águilas , las garduñas…también los gatos , que allí son los dueños de las callejuelas del pueblo. Los perros viven encerrados en sus corrales por orden municipal. Por la calle han de ir con correa y de la mano de sus dueños. A veces huele a leña quemada que viene de alguna casa, que aún no tiene otro sistema de calefacción que no sea la lumbre. No escucho música allí. Escucho, y sigo, las horas del reloj de la iglesia. Los domingos tocan a misa y alguna vez las he escuchado llamar a difuntos, para misa o responso antes de un entierro. Quedan unas pocas familias viviendo allí. Los fines de semana llega gente desde Madrid, hijos y nietos y la tranquilidad queda interrumpida por ellos. Llenan el único bar y desde lejos se oye el griterío, tan español, de unos y otros a la hora de la cerveza. Por supuesto los zorros no se acercan por las noches, como hacen habitualmente. Las voces , la vibración y supongo que hasta el olor, les ahuyenta.
Algunos amigos se están muriendo. Implacable cáncer. No sé qué ocurre en su interior sabiendo que queda poco de esta droga que es la vida, a la que somos tan adictos. Siempre vuelve el viejo enigma. la falta de respuesta. La fragilidad. El miedo...
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