Aquí tenemos un corto vídeo de una subasta en Sotheby,s New York. Es una riada de dinero que entra a una velocidad de vértigo. Cifras millonarias. Se trata de comprar arte de artistas históricos. Grandes nombres. Se trata también, del valor material que alcanza cierto arte en nuestra sociedad. Ahora, durante estos días mi galería está negociando la venta de tres cuadros míos a un coleccionista. Es una persona con una colección que debe estar en unas quinientas pinturas. Ya nos compró un cuadro en la última exposición. Ahora quiere tres más. En el estudio eligió dos y en el show- room de la galería, otro. Son cuadros de dos metros por 1,30 cm. Discute el precio. Es un tira y afloja. El dinero no corre a la velocidad de rayo, como en la subasta de Sothebys. Pretende un precio especial global, no cuadro por cuadro. A la suma inicial su argumento de resta, es mi falta de nombre. A pesar de su declarado amor a mi trabajo. Ese es el mercado del arte. Algo a lo que no he dedicado ningún esfuerzo en mi vida. He estado, y estoy, dedicado a aprender a pintar. Podría haberme ocupado, pero por una u otra razón no lo he hecho. Es curioso y revelador que un coleccionista te declare su amor y al mismo tiempo ponga una barrera al precio que se le pide, por la falta de nombre. Lo entiendo. No lo comparto. Mi respuesta ha sido categórica, Encargue a uno de esos artistas con nombre tres cuadros de las mismas dimensiones que estos, luego compárelos con los míos y compre los que le parezcan mejores , aceptando el precio de salida si es que son los míos, a los que él ha declarado en repetidas ocasiones su amor.
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Aquí tenemos un corto vídeo de una subasta en Sotheby,s New York. Es una riada de dinero que entra a una velocidad de vértigo. Cifras millonarias. Se trata de comprar arte de artistas históricos. Grandes nombres. Se trata también, del valor material que alcanza cierto arte en nuestra sociedad.
Ahora, durante estos días mi galería está negociando la venta de tres cuadros míos a un coleccionista. Es una persona con una colección que debe estar en unas quinientas pinturas. Ya nos compró un cuadro en la última exposición. Ahora quiere tres más. En el estudio eligió dos y en el show- room de la galería, otro. Son cuadros de dos metros por 1,30 cm. Discute el precio. Es un tira y afloja. El dinero no corre a la velocidad de rayo, como en la subasta de Sothebys. Pretende un precio especial global, no cuadro por cuadro. A la suma inicial su argumento de resta, es mi falta de nombre. A pesar de su declarado amor a mi trabajo. Ese es el mercado del arte. Algo a lo que no he dedicado ningún esfuerzo en mi vida. He estado, y estoy, dedicado a aprender a pintar. Podría haberme ocupado, pero por una u otra razón no lo he hecho. Es curioso y revelador que un coleccionista te declare su amor y al mismo tiempo ponga una barrera al precio que se le pide, por la falta de nombre. Lo entiendo. No lo comparto. Mi respuesta ha sido categórica, Encargue a uno de esos artistas con nombre tres cuadros de las mismas dimensiones que estos, luego compárelos con los míos y compre los que le parezcan mejores , aceptando el precio de salida si es que son los míos, a los que él ha declarado en repetidas ocasiones su amor.
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